
Llevo negando lo evidente demasiado
tiempo, y creo que la única forma de asumir que te echo de menos es
escribiéndolo. He dejado de hablar de ti como si no hubieras
existido en mi vida, para aparentar que te he olvidado, pero en realidad no lo he
hecho. Realmente pensaba que esto se me iba a pasar en dos días, y ya van por
dos meses. Echo de menos las mañanas entre risas, aquellas
llamadas de teléfono donde no mirábamos la hora y esa cara tan fea que ponías
cuando te daba un beso en la mejilla. Claro que te echo de menos, y claro que
he tenido la tentación de intentar retomar aquello que
dejamos. No voy a negar que he querido que me
dieras aquellos besos que tenía apuntados en mi libreta, porque soy
coleccionista de cosas sin sentido y ahora tengo trescientos cincuenta y un
besos en aquella libreta, esa que no he vuelto a abrir desde que tú la cerraste
por última vez aquella tarde de marzo. Por su supuesto, echo de menos tus
besos, tus abrazos, y mirar otra vez los ojos más bonitos de Cádiz. Me
hubiera gustado que nuestras circunstancias hubieran sido otras y que tu
paciencia hubiera sido infinita. He pensado muchas veces en hacer uso de esa
amistad impuesta, pero he decirte que si no era amor, tengo muy claro que
tampoco puede ser amistad. Claro que te echo de menos, pero no te preocupes que
no te lo voy a decir, porque sé que dejar ir a quien ya no quiere estar, es la
mayor demostración de amor propio que existe. Porque una cosa es dejar las
ventanas abiertas y otra, muy distinta, asomarse a esa ventana a llamar a
gritos a quien se quiso ir por la puerta grande.
Claro que te echo de menos, pero no me preocupo por esto que
me pasa, porque sé que me pasará, quizás no en dos días, ni en dos meses, pero
se me pasará. Y es que quizás no se trata de olvidarnos, sino de seguir
viviendo con los bolsillos cargados de experiencias.
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